Cultura y Buenas Maneras
«Una sortija de compromiso es un asunto que requiere una seria consideración por parte del joven. Él desea lo mejor que su bolsillo pueda permitirse y, lo que es más importante, el anillo se adapte al gusto de su novia. Ya sea preguntándosele a ella directamente o bien a través de alguien que conozca sus preferencias, averigua lo que desea y trata de complacerla por todos los medios. El mayor y más perfecto diamante solitario que un joven pueda permitirse es desde hace muchos años el típico anillo de compromiso.»
«La fidelidad y el cielo son redondos y en ellos se basa el emblema»
El precursor de la actual sortija de compromiso fue un sencillo aro de hierro. La antigua tradición romana consistía en entregar un anillo, un símbolo del ciclo de la vida y de la eternidad que constituía una pública promesa de que el contrato matrimonial entre un hombre y una mujer sería espetado. En la época de Plinio (23 – 79 D.C.) el anillo se fabricaba de hierro.
El oro fue introducido algún tiempo después, en el siglo II D.C. Los cristianos adoptaron la costumbre y, de esta forma, el anillo se convirtió en parte integrante de la ceremonia matrimonial.
Cada cultura ha valorado al diamante por sus propiedades únicas. En la India se creía que el color de la piedra reflejaba la casta de quien la llevaba y por eso los más preciosos eran los diamantes puros blancos. Roma los apreciaba por su dureza y los consideraba capaces de romper el hierro. Los chinos los valoraban enormemente como herramientas grabadoras, mientras que los supersticiosos italianos confiaban en ellos como protectores contra el veneno.
Especialmente capaz de resistir al fuego y al acero, el diamante (cuyo nombre viene del griego «adamas», que significa invencible) reúne la fuerza inflexible e invencible. ¿Qué mejor emblema para una asociación que habrá de durar toda la vida?.
Desde el suave lustre de los diamantes en bruto del Renacimiento hasta la deslumbrante pirotecnia de la elegante sofisticación del siglo XX, el anillo de diamantes, como un círculo encantado, constituye el auténtico regalo de amor y lealtad entre un hombre un una mujer… el sello definitivo de las promesas realizadas en el matrimonio.
El Siglo XV
MATRIMONIO DE CONSTANZO SFORZA Y CAMILLA D’ARAGONA, 1475
«Due face in uno anello, de ardente focho
Doi volunta, doi cor, doi fochi insegna
Che siam congiunti in vincul de diamante
‘Dos antorchas en un anillo de fuego ardiente
Dos voluntades, dos corazones, dos pasiones
Se unen en matrimonio con un diamante.»
Ya en el siglo XV, las sortijas de diamantes se habían convertido en una característica establecida de las bodas entre reyes y reinas y de los matrimonios por poderes de sus hijos. La fuerza invencible atribuida al diamante con el simbolismo del anillo hacia de él el símbolo perfecto de la armonía en el matrimonio. Esto fue interpretado en la espectacular ceremonia del matrimonio entre Constanzo Sforza y Camilla D’Aragona, que tuvo lugar en Pesaro en 1475, de la que ha quedado constancia en una serie de miniaturas que en la actualidad se encuentran en el Vaticano. El himen de la divinidad, que preside la celebración del matrimonio, se halla representado por un apuesto joven coronado de rosa y vestido con una túnica que lleva pintados anillo de diamantes y lenguas de fuego.
En la época medieval, los ricos se casaban con sortijas engastadas con gemas. Ya en el siglo XV, el diamante, que por entonces era el símbolo reconocido de fidelidad conyugal debido a su resistencia al fuego y al acero, entró a formar parte del ritual de las bodas. Verdaderamente, el empleo de una sortija de diamantes en los desposorios parece haber sido general hacia finales del siglo.
Una carta escrita en 1477 al Archiduque Maximiliano justo antes de sus esponsales con María de Borgoña dice: » En los esponsales, su Gracia debe llevar una sortija de diamantes y también un anillo de oro». La reproducción de su anillo de compromiso, incluso, puede verse el día de hoy en el museo de Kunsthistorisches de Viena. Allí se exhibe el precioso anillo de diamantes dispuestos en forma de letra “M” (que hacía referencia tanto a la Virgen María como a las iniciales de los nombres de los contrayentes).
Durante una época, el diamante se empleaba en su estructura cristalina natural.
La formación octaédrica o de ocho caras, semejante a dos pirámides unidas por la base, se montaba de tal forma que la pirámide inferior quedaba completamente oculta en el engranaje del anillo y la mitad superior sobresalía con orgullo. Las cuatro caras de esta punta superior que quedaba al descubierto reflejaban la luz.
La estructura de estos diamantes refleja el simbolismo de las pirámides egipcias. Solía creerse que enterrada bajo la pirámide había una parte inferior -la mitad mala- que tenía exactamente las mismas proporciones y formas.
Lejos de sentirse obligados a realizar monturas laboriosas y cerradas, los orfebres de finales de la Edad Media utilizaron la imaginación y una visión romántica en sus diseños a fin de incrementar el prestigio del diamante. Fueron introduciendo los diamantes «hog-back», que compusieron unos engastes aún más sofisticados, por ejemplo rosetones, letras del alfabeto, y el símbolo de la Virgen, la flor de lys, un apropiado emblema para la inocente y joven novia.
Al mismo tiempo, inscribían «posies»(o poemas breves) en los aros de los anillos, inscripciones que solían quedar ocultas en el interior. Estas secretas palabras de amor podían ir decoradas con rosas que recibían el calor de los rayos del sol. Todo ello resaltado por vívidos esmaltes. Existen muchos ejemplos de tales mensajes en los anillos. Ana de Cleves, que contrajo matrimonio con Enrique VIII en el siglo XVI, llevaba esta optimista inscripción en su sortija de boda: «Que Dios me guarde».
Pero aunque fueron tan frecuentes en los anillos de los siglos XV y XVI, las inscripciones de carácter devoto o amoroso también habían sido populares en la antigüedad. Una inscripción grabada en la sortija griega de esponsales que data del año 400 A.C. aproximadamente ostenta una sola palabra: «Cariño».
A finales del siglo XV se produjo el primer adelanto verdadero en relación con las técnicas de tallado y, de esta forma, se descubrió ante la opinión pública una forma completamente nueva: la talla en tabla. Para conseguirla, la punta piramidal de la piedra se frotaba con polvo de diamante… el primer paso hacia el pulido moderno, la primera vuelta de llave que dejaría al descubierto el fuego y el brillo oculto del diamante. La talla en tabla se convirtió en una característica importante de los anillos de diamantes del siglo XVI.
El Siglo XVI
LA VENERABLE COMPAÑIA DE LOS ORFEBRES, 1513
«El diamante otorga fuerza y virtud al hombre que lo lleva y
le libra de agravios, duelos y tentaciones y del veneno.
También mantiene íntegros sus huesos y sus miembros.
Destierra la ira y la lujuria. Enriquece en valor y bondad a
quien lo lleva. Más vale que lo lleven los hombres
estúpidos y que sirva de defensa contra los enemigos. Pues
quien lo lleve será más amado por Dios. Mantiene la
semilla del hombre en la matriz de la mujer, ayuda al niño
y conserva todos sus miembros.»
El matrimonio de la Virgen
Pintado por el joven Rafael en 1504. Fue encargado como un retablo dedicado al anillo de la Virgen para una iglesia de Citta di Castello. Según la «Leyenda de oro», los pretendientes de María, una Virgen del templo, debían entregar varas al Sumo Sacerdote. El hombre cuya vara floreciera obtendría la mano de la Virgen. José fue el afortunado y se le representa con la vara en flor en una mano y un anillo en la otra. A la izquierda se encuentran las otras vírgenes del templo, y a la derecha, los pretendientes rechazados, uno de los cuales está rompiendo su vara contra la rodilla en señal de enojo y frustración.
La rareza comparativa de la sortija de diamantes planteó un reto a los orfebres del siglo XVI, cuyas habilidades, fomentadas por el mecenazgo real, alcanzaron la cima de la perfección. Aquellos exquisitos diseños, con sus aros cincelados, sus laterales de formas arquitectónicas o escultóricas decoradas con suaves esmaltes y combinados con piedras puntiagudas o en tabla, nunca han sido superados. Los orfebres idearon además una nueva forma de hacer resaltar los diamantes: colocar una laminilla de plata bordeando el engaste, lo cual acentuaba la luz blanca y pura de la piedra.
Los valores simbólicos del diamante, unidos a su belleza absoluta hacían que fuera sumamente apreciado en los esponsales y bodas reales. La sortija de boda del Duque Albrecht V de Baviera fue engastada con dieciséis diamantes en forma de roseta, lo que constituía un logro verdaderamente extraordinario para las labores de pulido y engaste del siglo XVI. Uno de los tres anillos utilizados en el matrimonio de María Estuardo y Enrique Darnley, celebrado en Holyrood en 1565, fue esmaltado en rojo y engastado con un diamante. En un momento en el que temió morir de sobreparto, María legó el anillo a su esposo recordando de forma conmovedora que era «la sortija con la que él la había desposado». Cuando el hijo de María, Jacobo I, contrajo matrimonio con Ana de Dinamarca en 1589, los diamantes fueron elegidos una vez más para la sortija de boda, que era «de oro esmaltado y con cinco diamantes».
Una miembro de la realeza que renegó de la sortija de boda con diamantes y se opuso a llevarla fue María Tudor. Para su matrimonio con Felipe II de España celebrado en 1554, escogió una sencilla alianza de oro. «Las doncellas se casaban así antiguamente», observó con aspereza. Sin embargo, irónicamente, cuando sólo contaba dos años de edad y no era capaz de expresar sus opiniones, la joven princesa María había contraído matrimonio por poderes con el pequeño Delfín de Francia. El Cardenal Wolsey colocó entonces en el dedo de la niña un diminuto anillo con un enorme diamante engastado en él.
Las habilidades técnicas de los orfebres del Renacimiento produjeron ahora un nuevo estilo de sortija de matrimonio, el «gimmel» (del latín «gemmelli»: gemelos). El «gimmel», o anillo gemelo, lleva dos aros, a veces tres, que se despliegan en abanico desde el centro de la base. Al cerrarse, los aros se unen tan perfectamente que sólo se ve un único anillo. Esta alusión simbólica al matrimonio era realzada aún más mediante una inscripción grabada en el aro y extraída de la ceremonia nupcial: «LO QUE DIOS HA UNIDO, QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE». Martín Lutero contrajo matrimonio con Catherine Bora en 1525 llevando un anillo grabado como este.
Al margen de esta clase de sentimiento, un diamante puntiagudo y afilado era sumamente codiciado para escribir sobre el vidrio. Muchos miembros de la nobleza disfrutaban de esta caprichosa forma de coqueteo, entre ellos Isabel I, quién intercalaba con Sir Walter Raleigh enigmáticas palabras grabadas sobre cristal de la ventana.
«Con gusto me levantaría, pero temo caer»
A lo que Isabel garabateaba esta respuesta:
«Si el corazón te falla, a levantarte no has de volver»
Pese a que el diamante disfrutó de gran estima en el siglo XVI, aún se mostró más bello en el siglo siguiente.